lunes, 20 de junio de 2016

Guía básica para compartir apartamento

En estos días tendré que cambiar nuevamente de apartamento. En mi vida de adulta lo he hecho seis veces, siete, con esta que viene pronto. Puede que no sea tanto para los parámetros de la gente que como yo, no sienta raíces. Pero la verdad es que la mudanza y todo lo que implica, me carga un poco. Quizá porque guardar toda mi vida en cajas y luego desempacarlas me genera cierta nostalgia, además, por supuesto, del agotamiento físico.

¿Qué es toda mi vida? ¿Las cinco, diez o quince cajas de chunches que he ido acumulando en los diecisiete años que tengo de ser grande (o sea, desde que cumplí la mayoría de edad, porque en realidad sigo siendo una carajilla chineada y asustadiza por dentro).  Las cartas, postales, agendas o pegatinas que me recuerdan momentos alegres, amores, desamores, trasnochadas o dolores de panza. O acaso la sensación de que sigo buscando un lugar en el que me sienta como en casa?

Aunque soy una mujer inquieta, como me dijo una señora que venía conociendo cuando le conté mi necesidad interna de estar siempre haciendo cosas nuevas y retadoras, en los lugares que he vivido me he quedado todo lo que podido. Cinco, seis años. Hasta que debo aceptar que permanecer en el sitio es incompatible con mi estabilidad emocional. Y me voy. Impulsivamente. De un día para otro. Porque si lo pienso mucho no lo hago. Así es como puedo hacer cambios importantes: impulsivamente. Tomar decisiones pausadamente me da dolor de panza. Como el que tengo hace un mes, de tanto pensar que voy a hacer con mi vida ahora que decidí vivirla, dejar de estudiar más y buscar un trabajo que me rete, inspire y haga crecer cada día más. Tan lindo que suena. En la de menos termino peor que como estaba, pero solo intentarlo vale la pena.

Volviendo al tema que me trae por acá, creo que mi amplia experiencia con roommates me ha permitido acumular eso que llaman conocimiento de causa, para dar recomendaciones a la gente que recién se aventuran en esto de ser autosuficiente, autoresponsable y diay, ser un  poco grande, por lo menos por fuera.

El primer ejercicio que recomiendo hacer es una valoración de las posibilidades reales de mantener a mediano y largo plazo esa autonomía. Es decir, si se va a ir de la casa de los tatas, que sea en serio. No se vale volver tres o seis meses después, o llegar cada fin de semana a que le laven la ropa y le den comida hecha para toda la semana. Eso es hacer trampa. Así no está siendo autosuficiente, sino un montado que quiere libertad pero sin soltar privilegios.

Una vez que haya hecho esta valoración y tenga seguridad que puede sostener la decisión, piense si quiere, y especialmente si puede, vivir solo/a o compartiendo. Esta decisión o debe estar determinada únicamente por aspectos económicos, ¡que de por sí son importantísimos!, sino también por aspectos de tolerancia. Sí, tolerancia. Palabra horrible, que da la sensación de que se es más que el otro y por eso se le reconoce como diferente, aunque no se le acepte.

En pocas palabras, puedo aceptar que mi roommate hable por horas sin parar o que no le dirija la palabra cuando llega a la casa; que coma raro y que deje los platos del desayuno sin lavar todo el día, todos los días; que traiga a sus compas no tan agradables al aparta y que le generen ese sentido de extrañeza en su propia casa. Que de pronto entre en depresión y quiera contarle todas sus tragedias completamente irrelevantes. Todo eso. Que también cuenta para el otro lado, o sea, que su roommate también sea tolerante es importantísimo, porque de fijo también se piensa más que ud.

Ahora sí, defina que es negociable y que no. Que necesita ud para poder vivir cómodamente y que cosas puede dejar de hacer con tal de mantener una convivencia pacífica. Acá algunos ejemplos, sin pretender ser exhaustiva:

Espacios comunes: cuáles son, cómo va a ser su uso, quien decide cómo se organizan, cómo se acomodan los muebles.

Limpieza: quién la hace, cada cuanto, que tan rigurosa debe ser.

Comida: van a medias o cada uno con lo suyo, dónde la guarda cada quien, se dividen la cocinada, que pasa si llegan visitas a comer de lo que se compra en común.

Recibos: quien los paga, en qué momento se le paga al que los pagó.

Productos de limpieza y de cocina que se pueden compartir: se compartirán o no, quien los paga, cuando se le paga al que los pagó.

Visitas, fiestas y compañía: cuándo, hasta qué hora, se vale hacer ruido o no, qué pasa si alguien se queda a dormir, se puede quedar si no estoy en el apartamento.

Sexo, drogas y rock and roll: sí, eso también hay que negociarlo. Sea creativo.

Alquiler: pague a tiempo, no se gaste la plata en fiesta.

Sentido común: recuerde que no vive solo/a, y que su roommate merece respeto, aunque le caiga mal. Si ensucia algo, límpielo; si oye reggaetón, bájele el volumen; si le gusta tener sexo escandaloso, ponga música (¡que no sea reggaetón!); si está de mal humor, enciérrese en el cuarto.
Y sobre todo, tenga paz.


Sally

lunes, 15 de septiembre de 2014

La ausencia de la caricia
la presencia del recuerdo
la urgencia del olvido